Ecología del bosque urbano
Una reflexión sobre la planificación y la gestión de los espacios verdes y las zonas ajardinadas en nuestras ciudades, una crítica constructiva que aporta alternativas basadas en un cambio de modelo que sitúa al ser humano como elemento dinamizador que sabe aprovechar el valor de la diversidad como verdadero factor de evolución.
La forma de un lugar nos muestra su historia natural y cultural. Todo se somete al ciclo continuo de los procesos naturales. Los procesos son dinámicos y cualquier apreciación actual de un paisaje debemos situarla en este contexto, un breve instante dentro de una evolución constante. El paisaje observado es consecuencia de esta evolución, aunque existe la tendencia a contemplar los fenómenos naturales como sucesos invariables en el tiempo.
Contemplar un paisaje adquiere un significado muy diferente cuando el observador es consciente del dinamismo de la naturaleza. Esta misma reflexión puede aplicarse a las ciudades: la fisonomía urbana es fruto de los sucesivos cambios económicos, demográficos, políticos y sociales que han impulsado un versátil proceso evolutivo. Por lo tanto, el paisaje de la ciudad no escapa al concepto de proceso.
Sin embargo, ocurre con frecuencia que, por analogía a la visión que se tiene de los inertes espacios construidos, también la creación y la gestión de parques y jardines se consideran fuerzas estáticas que deben mantener su estado inalterable. Pero las comunidades vegetales cambian y evolucionan en respuesta a las energías de la naturaleza, siguiendo unas leyes que difieren bastante de nuestra errónea consideración.
Sería sencillo basar el diseño y mantenimiento del verde urbano en el concepto de proceso para conseguir una gestión integrada y continua, y de este modo planificar el desarrollo futuro del paisaje con el ser humano como elemento dinamizador. Pero el actual paradigma antropocéntrico entiende el arte y ciencia de la jardinería como el ideal de la naturaleza controlada, donde prevalecen la inmediatez, el orden y el control, con una estética sometida a criterios alejados de la ecología, que accede a pagar el alto precio de un considerable derroche de medios técnicos, económicos y humanos para conseguirlo.
Es necesario un nuevo paradigma que permita reivindicar el valor de la diversidad y facilitar la integración y visualización de los procesos naturales en el paisaje urbano. Únicamente desde el compromiso ético podremos dinamizar lugares en la ciudad donde puedan desarrollarse paisajes diferentes a los ecosistemas naturales, pero con capacidad de proporcionar espacios saludables y diversos.
Durante mucho tiempo, el principal problema ha sido la percepción de la ciudad como separada de los ciclos naturales que sostienen la vida, entender las interrelaciones y conexiones que tenemos con el resto de seres vivos debe comenzar en los lugares que habitamos. De lo contrario, nos encontramos con la paradoja de “conocer” mejor la naturaleza de lugares remotos, a través de parques temáticos y jardines repletos de plantas exóticas, que la de nuestro entorno, el hábitat en el que generamos continuamente experiencias, propias y directas, en plena interacción con el medio.
Trasladamos nuestros errores como sociedad a nuestra planificación de zonas verdes y espacios ajardinados, fomentamos la dependencia a insumos externos para convertir árboles y arbustos en enfermos crónicos y pretendemos mejorar sus condiciones de crecimiento y desarrollo desde la soledad del individuo.
La solución no se encuentra en la aplicación sistemática de parches cuando descubrimos los síntomas de un problema, debemos generar entornos más sanos y permitir la acción de la naturaleza en la ciudad, no es suficiente la creación de áreas verdes domesticadas que se adaptan a urbes contaminadas. La solución tampoco es una jardinería ecológica reduccionista basada en un simple cambio de insumos de síntesis química por insumos “ecológicos” y en substituir plantas exóticas por plantas autóctonas, debemos parar y dar un paso atrás, observar el conjunto y aprehender del medio natural.
La sociología de las plantas nos debe marcar el camino a seguir. En ella se encuentra la verdadera solución, la alianza de árboles, arbustos y especies herbáceas genera esos entornos más saludables y proporciona una estética fundamentada en la armonía del conjunto. Hace falta la implicación de técnicos y jardineros con una nueva mentalidad más ética y ecológica que sean capaces de convertirse en agentes “urbeambientales” cuya función sea facilitar los procesos naturales y fomentar la biodiversidad.
El objetivo de nuestra propuesta es transformar la ciudad en un lugar para vivir mejor, colaborando con la naturaleza, aprovechando su fuerza basada en conseguir el equilibrio que le permite ser autosuficiente, aportando un diseño alternativo al verde urbano que convierta los frágiles paisajes cultivados, dependientes de la tecnología y de altos aportes de energía, en pequeños bosques, conectados y estructurados en comunidades de plantas que colaboran entre sí, con las ventajas que les reporta sus diferentes condiciones de crecimiento y las sinergias que generan, obteniendo de este modo el mayor beneficio posible con el menor consumo de esfuerzo y energía.