HERBARIOS Y BESTIARIOS, LA BOTÁNICA EN LA EDAD MEDIA
Con la caída del Imperio Romano comenzó una época de oscuridad intelectual en la que se perdieron muchos de los conocimientos de la antigüedad clásica. Algunos de ellos perduraron gracias a los copistas, principales “divulgadores” del conocimiento a lo largo de la Edad Media.
Todos los avances científicos relacionados con la descripción de plantas conseguidos por las antiguas civilizaciones parecieron frenarse en seco con la caía del Imperio Romano en el siglo V. Los pueblos que vivieron la Europa de los siglos posteriores se centraron en la relectura de algunos clásicos como el “Dioscórides”, que se convirtió en el principal referente al hablar de plantas y de medicina. Sin embargo, las interpretaciones que se hicieron de esta obra dieron lugar a otras muchas, cada vez menos científicas e invadidas por el oscurantismo, la superstición y la fe.
Un “bestiario” de plantas
De materia medica (conocido popularmente como Dioscórides y escrito en el siglo I d. C) recogía el legado de este cirujano griego que había recorrido la cuenca del Mediterráneo con los ejércitos del emperador Nerón. Esta obra presentaba la botánica como un tipo de farmacología, huyendo de las taxonomías y centrándose en los usos y descripciones básicas de las plantas, en total más de seiscientas, algo que la convirtió en muy popular para las prácticas mentes del medievo. Aquellos que recogieron el legado de Dioscórides no prestaron atención al trabajo de recopilación tanto como a la forma del libro, ilustrado y plagado de detalles como dónde encontrar la planta, y cómo recogerla, para qué utilizarla o en que recipientes conservarla y durante cuanto tiempo. Por eso durante la Edad Media (especialmente, durante la Alta Edad Media) lo que los diferentes autores hicieron fue reescribir esta obra añadiendo nuevas similitudes y remedios para cada una de las plantas, asemejando aquellas descritas por Dioscórides con otras que encontraban en los distintos países.
De matèria medica en árabe
Por otra parte los copistas, que eran los encargados de crear estas elaboradísimas copias a mano, centraron sus esfuerzos en la parte más visual del libro que era lo que hacía que éste se convirtiera en más popular y más accesible para los médicos de la época. Con el paso de los siglos, las ilustraciones de las plantas fueron alejándose cada vez más de las originales y de la realidad y los libros de plantas parecieron invadirse de el horror vacui típico del arte románico.
Las distorsiones de la realidad eran cada vez mayores y los escribas se tomaban cada vez más licencias a la hora de dibujar y describir plantas y las versiones de los “dioscórides” se parecían cada vez más a los bestiarios que describían animales, plantas o motivos orgánicos de la naturaleza, casi siempre imaginarios y simbólicos y acompañados de connotaciones mitológicas, esotéricas y morales. En términos científicos podemos decir que estos libros eran a la botánica lo que los bestiarios a la zoología. Así, en los libros de plantas de la Edad Media, de las flores del narciso salían pequeñas figuras humanas que representan al personaje de la mitología enamorado por si mismo y el tronco del árbol de la vida era representado como una gran serpiente enroscada. Esto nos permite entender porqué el desarrollo de la botánica durante la Edad Media fue tan lento: el folclore, la superstición, la religión y el trabajo de los escribas y copistas se puso por encima del mero conocimiento. A pesar de esto, estos libros alcanzaron una enorme popularidad durante toda la Edad Media y también con la llegada de la imprenta, siendo superados en “fama” únicamente por la Biblia.
Bestiario de Aberdeem
Durante esos años y dado que cada generación había hecho pequeñas aportaciones reales o no que apenas se distinguían del original, muchos botánicos y farmacólogos eran simples comentaristas que añadían capítulos a los textos ya existentes. Pocos de ellos se lanzaron a la apertura hacia un conocimiento de las plantas y vegetales en particular y de la naturaleza en general más puro y objetivo. Muchos autores renunciaron a incluir ilustraciones en sus obras y se centraron en la descripción intentando que esta fuera lo más fiel y detallada posible y que las plantas fueran fácilmente identificables. Sin embargo, debido a que no existía un lenguaje botánico común y que las plantas recibían múltiples nombres según el país o la región, esta labor descriptiva también era complicada.
Finalmente aquellos autores más objetivos optaron por crear listados de las plantas con todos sus nombres conocidos y todas sus propiedades medicinales. Estas enumeraciones de gran valor científico y filológico componen lo que conocemos como herbarios medievales (también llamados tratados de simples) y suponen el avance de la botánica como ciencia. Los herbarios incluían información como el nombre de la planta, su lista de sinónimos, una breve descripción, su distribución geográfica, enumeración de autores que la habían descrito anteriormente, propiedades curativas, modo de recolección, lista de preparados farmacológicos y medicamentos que se pueden hacer con ella, enfermedades que puede curar y contraindicaciones.
Herbario medieval
La escuela de Salerno y el esplendor de la botánica en el Islam
Tendremos a esperar hasta el siglo XII para que la botánica y los herbarios constituyan una importante fuente de progreso y desarrollo para el conocimiento. Entre las obras destacadas podemos nombrar el Macer floridus, escrito por Odo Magdunensis y la traducción al latín de la Historia Plantarum de Teofrasto realizada por el botánico italiano Giovanni Bodeo da Stapelio alrededor del año 1.200. Ambas obras son las principales referencias para los botánicos de occidente durante la Edad Media.
Teofrasto
Los herbarios medievales alcanzarán su máximo esplendor gracias la Escuela Médica Salernitana , que debido a su privilegiada ubicación en el Mediterráneo se convertirá en el epicentro de unión entre las culturas europeas, bizantinas y árabes. La escuela de Salerno fue la mayor fuente de conocimiento médico de su época. Fundada en el siglo IX vivió su época de mayor auge entre los siglos X y XIII asociada con la gran biblioteca de Montecasino, perteneciente a la abadía benedictina del mismo nombre y donde fueron traducidas al latín obras de Hipócrates, Galeno y Dioscórides. Los manuscritos producidos en el scriptorium de esta biblioteca y la escuela de ilustradores de manuscritos de la abadía eran las más famosas en el mundo Occidental del siglo XI.
Abadia Montesinos
Además a la Escuela Salerniana llegaron otras obras producidas en el mundo árabe como los textos de Averroes o el médico cartaginés Constantino el Africano, el mayor traductor de textos de Hipócrates y Galeno y considerado el reintroductor de la medicina clásica griega en Europa. El Africano dominaba varias lenguas, entre ellas griego, latín, árabe y por eso sus aportaciones como traductor le sitúan en un lugar preferente dentro de la botánica medieval: tradujo más treinta libros del árabe al latín incluyendo Liber Pantegni, del médico persa Ali ibn al-‘Abbas.
De la Escuela de Salerno saldrá la Circa instans (De medicis simplicius o Sobre los medicamentos simples) el compendio salernitano más importante e influyente. Este códice, atribuido al médico Mateo Plateario, es singular no sólo por sus ilustraciones y por su fidelidad con la realidad sino porque supone la culminación del saber europeo acerca de las sustancias de los reinos de los tres reinos de la naturaleza que sirven para curar o aliviar enfermedades. Este texto fue uno de los primeros herbarios que incluían texto e imagen producidos a través de impresión.
Historia plantarium
Izquierda, Constantino el Africano. Derecha, San Alberto Magno
Otro de los personajes destacados de este periodo es San Alberto Magno (1193-1206) teólogo, filósofo, astrónomo y científico. Alberto Magno es el primero en definir la botánica como “scientia de plantis” (es decir, la ciencia de las plantas) y la integra como una parte más de la filosofía natural. La obra cumbre de Alberto Magno es De vegetabilis et plantis libri septem , un compendio de nueve libros de los cuales los cinco primeros son teóricos y los dos segundos prácticos (dedicados a la farmacología, la agricultura y la jardinería). Esta obra aborda de forma minuciosa la descripción de la morfología de las plantas incluyendo problemas de fisiología vegetal y una clasificación de las plantas refundiendo los conocimientos de Aristóteles y Teofrasto.
Mientras en Europa el conocimiento avanzaba a paso lento, en las costas situadas al sur de Mediterráneo se vivía una época de esplendor económico, intelectual y científico propiciado por el avance del Islam. No hay que olvidar que a partir del siglo VIII los árabes dominan gran parte de Occidente. El desarrollo territorial de la civilización islámica viene acompañado de una avidez insaciable por la búsqueda del conocimiento. Los musulmanes acaparan en aquellos momentos todos los conocimientos de las épocas que conquistan, asimilándolos y completándolos y traducen muchas de las obras clásicas griegas y romanas.
Entre los personajes que representan la unión de todo el saber de Oriente y Occidente y que representan la “época dorada” de la botánica islámica destaca Abū Ḥanīfa Dīnawarī, astrónomo y filósofo de origen kurdo y cuya obra más notable es Kitâb al-nabât (“Libro de plantas“) el primer tratado de botánica en árabe. Este libro, que reseña más de medio millar de especies de plantas exponiendo parte de su desarrollo vegetal desde la germinación hasta la senescencia y describiendo su crecimiento, floración y frutos, servirá como referencia al biólogo andalusí Abu al-Abbas al-Nabati, que desarrolló el primer método científico aplicado a la farmacología (que aquí no podemos desvincular de la botánica) y publicó uno de los primeros tratados de farmacología que se conocen, el “Libro recopilatorio de medicinas y productos alimenticios simples” en el que se describe el uso médico de más de 1.400 especies. Otro personaje destacados de este periodo es el cirujano y médico Abu al-Qasim (conocido como Albucasis) que en su obra Higiene describió más de 150 plantas para uso médico.