Un país de arborófilos
El papel que juegan las organizaciones sociales de carácter ambiental es fundamental para la recuperación y conservación del patrimonio natural, después de siglos de un uso abusivo e indiscriminado de los recursos naturales que ofrecen los bosques.
Ya hace muchos meses, si no recuerdo mal a finales del año 2011, el que fue el año internacional de los bosques, me encontré con un artículo de reflexión de la escritora y periodista Ángeles Caso publicado a la revista dominical “Magazine”. El título de aquel artículo rápidamente atrajo mi atención: “Un país de arboricidas”, un título como mínimo inquietante.
No era demasiado largo, por lo cual lo leí en tres o cuatro minutos como mucho, en él hablaba inicialmente de la belleza y de la importancia de los árboles, con un tono incluso bucólico. Pero en la segunda parte de su artículo cambiaba por completo el planteamiento y pasaba a hacer una dura crítica a la sociedad pasada y sobre todo la actual, en la que mostraba de forma palpable la carencia de respeto hacia los árboles y los bosques que ha mostrado y muestra desde tiempos históricos esa misma sociedad, en la cual vivimos.
Cuando finalicé la lectura de aquel artículo, me sorprendió que no fuera más allá, que no profundizara un poco más en el tema. Cogí la hoja donde estaba impreso el artículo en la revista y lo rompí por el punto donde las grapas metálicas lo unían al conjunto de la publicación. Mi objetivo era que aquel artículo lo pudiera leer más gente, así que pocos días después lo colgué a un panel de corcho del lugar donde trabajo (un centro de documentación ambiental). Allí sigue, atravesado por una chincheta, cerca de un año y medio después, eso sí, el papel ha amarilleado ya un poco.
Leer aquel artículo motivaba a pensar, a reflexionar, a plantearse la realidad sobre el valor auténtico de los árboles y los bosques, ésa era la finalidad de colgarlo en el panel en un espacio público, que pudiera ser leído, ser visto por todo el mundo que quisiera dedicarle unos pocos minutos, unos segundos, y crear en los lectores la necesidad de reflexionar sobre ese tema. Pero al mismo tiempo, el leer aquel artículo también me generó una importante duda, ¿realmente seguíamos siendo un país de arboricidas? La respuesta estaba en lo que había echado en falta al final de su artículo.
No hay que decir que los árboles, los bosques, el medio natural, no han despertado un interés generalizado más allá del valor económico que podrían tener o producir, con algunas excepciones sí, pero pocas, hasta muy entrado el siglo XX, bueno, o hasta el XXI, porque con la nueva ley forestal recientemente aprobada por parte del Gobierno Valenciano parece que la situación no haya evolucionado demasiado. Pero sí, sí que ha habido cambios, tal vez no de una forma excesivamente visible para el conjunto de la sociedad, pero sí de una forma continua y progresiva.
Al menos desde hace unas décadas, se han iniciado procesos de reacción frente a la indiferencia generalizada de la sociedad sobre este tema (es cierto que con momentos de mucha atención cuando se producen grandes incendios, pero que rápidamente desaparece al pasar unos pocos días), materializados en la progresiva creación e incremento de grupos preocupados para recuperar y conservar el patrimonio arbóreo y natural, pero haciéndolo de una forma activa, sin esperar que sea la administración pública la que actúe.
Estos grupos, dispersos por toda la geografía valenciana, hacen frente a la destrucción de montañas y sierras, y tratan de conservar aquello que más quieren, con sus medios, siempre escasos, pero alentados y constantes. Han creado viveros forestales donde cultivan árboles que después plantan en nuestras sierras, han ayudado a reintroducir especies en varios lugares y a hacer su seguimiento, han limpiado los residuos que otros, de forma incoherente, dejaron en la naturaleza, han ayudado a arreglar sendas y caminos y también los han señalizado, han mostrado los valores de estos espacios a cualquier que ha puesto un poco de interés en conocerlos, han vigilado para evitar que el fuego los destruyera, han educado a niños y niñas para que también aprendieran a amarlos y, en resumen, han dado un paso adelante para tratar de que nuestros árboles y bosques tengan un futuro mucho mejor, y para tratar que todos nosotros lo tengamos también.
Muchos de estos grupos, asociaciones o colectivos, en su ámbito de actuación, quieren recuperar poco a poco un bosque diverso y sano, que conserve sus valores históricos, culturales y sociales y sobre todo que esté arraigado al corazón y el alma de las personas que lo viven y, más aún, para los que lo tendrán que vivir en un futuro próximo. Y lo hacen de una forma voluntaria, altruista, sin ninguna otra recompensa que la satisfacción personal y colectiva de ver un trabajo realizado con el que se encuentran a gusto.
Queremos bosques alejados de la mercantilización, sin afán de lucro, sin pensar sólo en su rentabilidad económica y su productividad material. Para ellos (para nosotros), los árboles, los bosques, son un sentimiento, un sentimiento vital, abierto a todos los sentidos y que nos ayudan a renovar nuestros espíritus y nuestra alma.
Estos grupos, unificados en redes en el conjunto del estado español, como es el caso de Avinença en el País Valenciano, son la chispa para generar una mentalidad, al menos, más amable con nuestros árboles y bosques, y abrir caminos de acuerdo para conservarlos.
Son la respuesta en ese país de arboricidas. Son el punto de inicio hacia un país de arborófilos.